El hombre mira un número dibujado sobre el suelo y dice en voz alta: “seis.” Enfrente, otro observa el mismo trazo y sin embargo grita “nueve.” Ambos se hallan alterados porque cada uno está convencido de que tiene la verdad. En la parte baja de la imagen aparece un reproche: “Solo porque tú estás en lo correcto, no significa que yo esté equivocado. Cabe que no hayas visto la vida desde mi punto de vista”. Hay una trampa en esto: aproximarse a la verdad no suele ser un asunto relacionado con los buenos modales. O bien la tierra es plana, o es redonda.Aceptar como ciertas dos verdades antagónicas –por un supuesto arreglo basado en la mutua cortesía– termina significando una falta peor de respeto hacia el otro, que considerar las razones de cada quién en función de lo que verdaderamente pesan.Después de escuchar una composición de Beethoven un hombre dice en voz alta: “¡maravillosa la Sexta Sinfonía!”. Junto a él otro asistente al concierto refuta con vehemencia: “perdone, pero lo que venimos de escuchar es la Novena.” Los dos se obcecan al punto de olvidar las preguntas fundamentales: ¿Se trató de una pieza introspectiva, sutil y reflexiva, o de una música heroica y libertaria? Si fue lo primero, entonces era la Sexta Sinfonía, La Pastoral. De lo contrario fue la Novena que, desde 1972, es el himno del continente europeo. Una enfermedad compleja de nuestra época es el relativismo que quiere considerar como equivalentes, piezas de información que no lo son. Es la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto.El antídoto: hacer periodismo, mucho periodismo, riguroso, sólido, imbatible. ¡Hacerlo con urgencia!