Hay palabras que, una vez pronunciadas, se vuelven irreparables. “Podemos callarlas, pero no olvidarlas”, escribió en su biografía el filósofo Benjamín Constant. El día de ayer, durante la conferencia matutina, el jefe del Estado mexicano, Andrés Manuel López Obrador, cruzó con desenfado la frontera de lo insalvable: soltó la brida de su lengua para lastimar deliberadamente la relación entre México y España. “Más vale darnos un tiempo, una pausa —dijo. A lo mejor, cuando cambie el gobierno, ya se restablecen las relaciones. Y yo desearía, ya cuando no esté yo aquí, que no fueran igual como eran antes”. En el lenguaje de la diplomacia, “el restablecimiento de relaciones” entre países ocurre después de que haya sucedido un rompimiento. Pero antes de estas declaraciones no había consciencia, al menos no en España, de que la relación bilateral hubiese alcanzado tan grave momento. Horas después, el ministro de Asunto Exteriores, Juan Manuel Albares Bueno, reaccionó sorprendido ya que, desde su punto de vista, “el gobierno español no (había) hecho ninguna acción que pueda justificar una respuesta de este tipo”…