Luis M. MoralesTendría yo cuatro años cuando recibí mi primera lección consciente de virilidad. “Los hombres no se besan,” dijo mientras me apartaba de su mejilla un pariente demasiado importante como para desoírlo.La abuela atestiguó la escena y para mi enorme sorpresa no refutó en modo alguno aquel mandato. Exagero poco al decir que en aquella primera infancia ella otorgaba sentido al universo familiar y por tanto fue duro el golpe propinado por su silencio.Por primera vez la vi sometida ante una máxima con la que ella no debía estar de acuerdo.Entre el pariente y la abuela transmitieron un doble mensaje: el primero fue a propósito de la repugnancia provocada por el aprecio físico entre varones; tales expresiones emocionales pertenecían al sexo frágil, sin carácter, al sexo sometido.El segundo mensaje fue más difícil de asimilar: aquel hombre debía poseer la razón si la abuela no estab…