Cometí el atrevimiento de cerrar el año aligerando el volumen de mi biblioteca. En mi departamento no hay espacio para un solo libro más y supuse que, rascando aquí y allá, encontraría alguno repetido o títulos que con el paso de los años habrían dejado de ser relevantes.
No es la primera vez que emprendo este tipo de aventura y, como otras veces, esta osadía abrió también fallas en el mar de mi memoria. Mientras comenzaba a apartar el polvo cayó sobre mi cabeza la anécdota de una biblioteca robada a unos amigos queridos.
Antes de contar lo propio, desvío la atención porque, aunque con seguridad alguno de ellos la habrá publicado antes, desde que me enteré de dicha historia he tenido pesadillas.