El cerebro o el corazón son una coartada para hacernos sentir mejor, pero en la jerarquía de lo que importa la dermis suele ir primero. Vivimos obsesionados con la piel porque en sus pliegues se escribe cotidianamente nuestra biografía.
Para lo bueno y también para lo malo en esos dos metros cuadrados de tejido celular pueden leerse los signos de nuestra identidad. En la piel se fijan las expresiones más sinceras de nuestro ser, pero también los peores estigmas y los prejuicios.
Ella comunica lo que nos estimula, excita o ruboriza. Transpira si estamos nerviosos, cambia de tono según nuestro ánimo, se enferma si algo va mal por dentro, se eriza cuando tenemos miedo y se alegra cuando nos visita la suerte…