La resignación sería la peor de las respuestas frente al espionaje. Quienes ejercemos el periodismo, la defensa de los derechos humanos o el oficio político, en principio no participamos dentro de las redes dedicadas al terrorismo, el secuestro o la pedofilia.
Y, sin embargo, funcionarios públicos concretos, con responsabilidades presumiblemente acotadas y mandatos derivados de un supuesto orden legal, se tomaron la libertad de confundir actividades diametralmente disímbolas.
Nos volvieron objetivos de un ataque cibernético contra la intimidad, vida privada y libertad a partir de argumentos tergiversados. Nos hicieron pasar por amenaza contra la sociedad para justificar su abuso. Esta es la principal arbitrariedad cometida por quienes ordenaron infectar con el software Pegasus a una lista larga de personas, en todo el mundo.
Conceder con resignación significaría coincidir con sus argumentos. Peor aún, volvería cómplice a aquella persona que aceptara el espionaje de Estado como una consecuencia que viene con el cargo, un riesgo natural de la profesión, como los accidentes automovilísticos para los pilotos de carreras o las fracturas de pierna para las bailarinas de ballet.
Dejar pasar el escándalo que significa que…