La frase debería inscribirse en el muro de la ignominia de la política mexicana. Habría sido pronunciada en el Palacio de Covián por el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. El destinatario fue Alejandro Moreno, presidente del PRI y el mensajero, su compadre, Manuel Velasco, líder de los senadores del Partido Verde…