El periodista estadunidense Charles Bowden solía decir que en México no hubo guerra contra las drogas sino una guerra por las drogas. En esa cruenta batalla el gobierno ha sido sólo el arma con la que se disparan las empresas criminales.
Cuando los mandos responsables de combatir el crimen son parte del problema, nadie está a salvo de la violencia. Es la peor pesadilla.
Durante los últimos 20 años el país sucumbió ante fuerzas muy poderosas que, desde los puestos más encumbrados del Estado, manipularon sin pudor la ley, las instituciones, la policía, el ministerio público y la justicia.
El proceso que se sigue contra Genaro García Luna en Estados Unidos, y que sumó hace apenas una semana a dos de sus socios, Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño, es la punta del iceberg de una montaña de vileza que aplastó la vida de cientos de miles de personas.
Como funcionario público, Genaro García Luna fue líder de una banda de gatilleros a sueldo que sirvió durante más de dos décadas a distintos grupos políticos, empresariales y delictivos. Su peor pecado no habría sido el servicio prestado al Cártel de Sinaloa, sino a cualquiera que estuviese dispuesto a pagarle por usar su ametralladora.