La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en 2014, y la masacre en la Plaza de las Tres Culturas, en 1968, tienen semejanzas que con dificultad podrían pasar desapercibidas. No se trata meramente de una comparación retórica sino de vasos comunicantes entre el pasado y el presente de una misma sociedad que ha sumado deudas irresueltas en su proceso civilizatorio.
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